miércoles, 31 de enero de 2018

SIGUEN JUGANDO AL "GALLINA"



Una vez mas la astucia procesista es la protagonista de la política catalana. En una declaración institucional grandilocuente y cargada de altisonantes palabras el President del Parlament ha anunciado la suspensión del Pleno en el que debía votarse la investidura del candidato Puigdemont.

El tono, las trascendentes palabras utilizadas y su voluntad de aparentar firmeza presagiaban, desde el minuto cero, que después de la autoafirmación de resistencia llegaría la dosis de realismo. Una vez más se ha vestido de épica lo que en realidad es una decisión forzada por el Tribunal Constitucional, la renuncia a la investidura de Puigdemont.


De nada le ha servido a Roger Torrent la astucia de presentar su decisión como un mero aplazamiento. Junts per Catalunya y la CUP han salido en tromba a denunciar la “flojera” del President del Parlament. El independentismo se ha fracturado por la gran fuerza destructora del procesismo, que ha actuado como un gran agujero negro que, con su fuerza gravitatoria, engulle todo lo que se le acerca, para terminar explosionando y destruyéndose a si mismo.

Quizás este era el único margen de que disponía Roger Torrent, pero su astucia ha sido un “revival” de la misma jugada, repetida mil veces por el procesismo. Sin que en estos momentos sepamos para que se va a utilizar el tiempo muerto conseguido con el aplazamiento.

La astucia ha sido una de las fortalezas del movimiento independentista, quizás su principal activo, para mantener viva la ilusión en permanente mutación. Es la clave de la granítica resistencia del independentismo al paso del tiempo, al duro conflicto con el estado y a la represión ejercida por sus instituciones. Y sobre todo lo que le ha permitido ser inasequible al desaliento del contraste con la realidad.

La astucia ha sido utilizada por el procesismo con un triple objetivo. Mantener viva la ilusión del independentismo en la gran ficción de la DUI; intentar “burlar” al estado español; y librar una soterrada batalla entre CDC y ERC – que ya dura quince años- por la hegemonía del espacio nacionalista.

Con la imposición del artículo 155 dio la sensación que el independentismo iba a dar por terminada la etapa de uso y abuso de la astucia. Fueron los días en los que se apunto una incipiente autocrítica por la ingenuidad de la DUI y la suicida ignorancia de la fuerza represiva del estado. A ello contribuyó la entrada en juego de las “togas” y sus graves consecuencias para las personas encarceladas. Pero este espejismo duro solo una horas, las que necesitaron los intelectuales orgánicos del “procés” - que lo mangonean sin arriesgar nada en ello- y los medios de comunicación procesistas para cerrar las ventanas a la realidad. La marcha de Puigdemont a Bruselas abortó definitivamente este incipiente ataque de realismo.

La astucia anunciada por Roger Torrent parece destinada únicamente a que ERC pueda mover pieza en el perverso y suicida juego del “gallina” que llevan protagonizando Puigdemont y Junqueras en los últimos años. Como en la película “Rebeldes sin causa” en la que dos vehículos avanzan hacia el precipicio hasta que uno de los dos conductores, el gallina, frena primero y pierde la apuesta.

Exactamente así se han comportado PdeCat y ERC en los últimos años y es lo que en parte explica que Puigdemont no convocara el 26 de octubre las elecciones anunciadas. Ante el temor de ser acusado de traición, nadie se atrevió a decirle a las personas ilusionadas con la DUI exprés que todo había sido una gran ficción alimentada por la astucia.

Después del 21D el juego del “gallina” continúa porque los resultados obtenidos por el independentismo han sido interpretados por algunos no como una mayoría para gobernar sino como una nuevo aval a la ficción de la república catalana proclamada unilateralmente. Con una diferencia, quienes el 26 de octubre repartían acusaciones de traición, entre 155 monedas de plata, hoy son acusados de arrepentimiento.

No me atrevo a hacer predicciones sobre lo que pasará en los próximos días, pero tengo algunas intuiciones que me atrevo a compartir.

Todo apunta a que, a pesar del emplazamiento astuto de Torrent, el Tribunal Constitucional no modificará su posición. Que una interpretación flexible de la legislación por parte de los Letrados del Parlament permitirá a la Mesa ampliar el período para una nueva investidura con nueva candidatura sin necesidad de ir a nuevas elecciones. Hay tiempo y margen, otra cosa es saber para que se va a utilizar.

Se mantiene la incógnita de hasta donde querrá forzar la maquina Puigdemont, que hoy se siente fuerte para doblarle el espinazo a ERC. Aunque lo parezca la situación no es exactamente la misma que en octubre pasado. Ahora ya es evidente la contundencia represiva con la que es capaz de responder el estado y nadie puede alegar ignorancia. 

Forzar la maquina va en contra de los esfuerzos que están haciendo las personas encarceladas para recuperar la libertad y aunque la responsabilidad de mantenerlas en prisión siempre será del magistrado instructor, mantener el pulso con el estado puede ser la coartada legal para argumentar el riesgo de reiteración delictiva y mantener así la prisión provisional. Los costes personales serian muy elevados a cambio de nada.

En estos momentos puede existir un pequeño resquicio por el que salir de este círculo vicioso en el que nos han metido. PdeCat y ERC deberían de una vez por todas socializar el coste de explicarle la realidad al independentismo. Y si Puigdemont no esta dispuesto a ello, ERC deberá decidir si asume el coste de hacerlo en solitario a costa de que le cuelguen el sambenito de “gallina del procés”. Estoy seguro que las fuerzas políticas que, desde fuera del independentismo, han apostado por tender puentes le facilitarían ese tránsito. Solo así será posible iniciar un enfriamiento del conflicto y comenzar a pensar en pactar el desacuerdo. Condición imprescindible, aunque no suficiente, para salir de este inmenso empantanamiento.

sábado, 20 de enero de 2018

EL MEU AMOR PEL TRAMVIA

Aquest matí he participat en una de les columnes reivindicatives per exigir la connexió dels dos trams (TramBaix i TramBesos) per la Diagonal i aconseguir que el tramvia enllaci la Plaça Francesc Macià i la Plaça de les Glòries.

Ho he fet per convicció. Crec que es tracta d’un projecte clau per millorar la mobilitat –especialment de les persones treballadores- de l’Àrea Metropolitana de Barcelona – Barcelona, Barcelonès i Baix Llobregat-. Per reduir el tràfic privat de vehicles, principal causa de la emissió de partícules a l’atmosfera. I per articular tota la xarxa de transport públic – bus, metro, FGC.

Els arguments en favor de la connexió per la Diagonal son molts. El Tramvia té més capacitat de transport que l’autobús, té més rapidesa amb el que pot millorar la freqüència, contribueix a la connectivitat amb altres mitjans de transport, té un cost d’operació més baix. I si es complementa amb la xarxa de busos – no es tracta de substituir, sinó de complementar- la mobilitat en transport públic pot millorar molt.

No soc capaç d’afegir més raons a les que de manera molt solvent venen exposant des de l’Associació per la Promoció del Transport Públic (PTP) que lluita amb entitats veïnals i sindicats contra els interessos privats, lobbys i partits polítics que s’oposen a la connexió del tramvia.

No amago que tinc un interès directe en favor de la connexió. A mi, personalment, m’aniria molt bé per bellugar-me pel Barcelonès i el Baix Llobregat, quan decidís no fer-ho a peu.

I tinc una darrera raó, que alguns poden creure que és emocional, però que més bé és experimental. O sigui experiència de vida.

En els meus primers anys de vida – fins els 17- vaig ser un gran usuari del tramvia i guardo un molt bon record del seu servei. Quan amb deu anys vaig començar a anar a l’Institut Milà i Fontanals a la Ronda de Sant Pau, agafava el 55 per anar a classe des de la Barceloneta. A més, a l’estiu posaven el model jardinera – tot obert- oferia una bona brisa durant tot el trajecte.  I si el 55 trigava molt, perquè el tren de mercaderies que unia el Port amb la frontera i passava just per on ara circulen els llavis del cinturó litoral interrompia la circulació, doncs m’anava a la Plaça Palau a buscar el 57. I de pas aprofitava per jugar una mica, doncs per passar d’un costat a l’altre d’un carrer, travessat durant molta estona pel tren, la única manera era pujar per un costat del tren i baixar per l’altre.

Afortunadament els trens de mercaderies anaven a molt poca velocitat, per evitar accidents greus com el que es va produir l’any 1954 quan un tramviaire va calcular malament el temps d’arribada del tren i es va produir un xoc, en el que entre d’altres va quedar ferida greu la meva padrina.

Amb el 36 anava cap al Poble Nou, a veure a la família del pare, pessebristes que m’ensenyaven durant tot l’any el procés de creació de les figuretes dels pessebres que després vendrien a la fira de Santa Lucia.

I el 29 – el circumval·lació- em permetia anar a Barcelona que és com els de la Barceloneta sempre hem anomenat a la part de la ciutat que anava més enllà de la via del tren que ens travessava i que fins les obres olímpiques ens aïllava de la ciutat.

Vaig arribar a anar a la Facultat de Dret de Pedralbes amb tramvia – només el primer any- però ara no soc capaç de recordar el número. Crec que havia d’agafar dos tramvies, un fins Avinguda Paral·lel i un altre d’allà a la zona Universitària. La memòria falla i el senyor google no sempre ajuda.

Quan els responsables de la ciutat van decidir tancar les darreres línies de tramvia jo encara no havia fet 17 anys, però recordo una sensació d’incomprensió. I recordo també tots els arguments de “modernitat” en favor del bus. Els arguments en favor de deixar lliure la via pública que ocupava el tramvia. Què cap jove s’equivoqui amb una lectura ucrónica, es tractava de deixar la via pública lliure de tramvies però no perquè les poguessin ocupar les espardenyes o les bicicletes. Tot això era antiquat pels post-moderns de l’època. Es tractava de deixar espai no per les persones sino pels cotxes.

Òbviament, en el escàs debat públic de l’època encara no havien entrat en escena el fenomen de la contaminació i la deshumanització de la ciutat per part del cotxe privat.

Es curiós, però en la meva memòria s’ha quedat gravat – igual és una recreació- que la desaparició del tramvia va irrompre en la meva vida al mateix temps que dues “modernitats” més. La substitució del peix blau – que era el que majoritàriament menjava la població de menys poder adquisitiu- per peix congelat i de l’oli d’oliva per oli de gira-sol. En els dos casos aquesta canvis ens els hàbits de l’alimentació i consum anaven precedits de grans campanyes publicitàries que lligaven els consums de peix blau i oli d’oliva amb problemes de salut. Cada cop que llegeixo als amics Julio Basulto i Juanjo Caceres denunciant les campanyes d’intoxicació informativa sobre hàbits alimentaris recordo aquells moments.  

Amb el temps vaig descobrir que el desprestigi del peix blau tenia molt a veure amb la necessitat d’incorporar als hàbits alimentaris de la població el peix congelat, una producció en mans de grans companyies. I que el desprestigi de l’oli d’oliva va coincidir amb la necessitat d’envair als països de la sud del mediterrani d’oli de gira-sol i per això calia desprestigiar el d’oliva. Òbviament, totes aquestes campanyes anaven acompanyades d’estudis d’organismes “científics” amb un finançament diguem-ne que interessat.


Avui, mentre em manifestava per la Diagonal m’han vingut al cap tots aquests records. I he pensat que si ara menjar sà inclou el peix blau i l’oli d’oliva no hi ha cap motiu per no recuperar també el tramvia com a gran articulador d’una mobilitat sostenible.

domingo, 7 de enero de 2018

UTOPIAS DISPONIBLES: LA MÍA, EUROPA

No creo que nadie pueda dudar a estas alturas que la independencia de Catalunya – más allá de las incertidumbres y nubarrones que pesan hoy sobre el escenario- se ha convertido en una reivindicación de éxito y el independentismo catalán en el movimiento social más importante de Europa en los inicios del siglo XXI.

Como sucede con todos los fenómenos sociales importantes se trata de una realidad muy compleja, que responde a factores muy diversos y complementarios entre sí. Para analizarlo y comprenderlo no sirven ni los simplismos ni los estereotipos al uso. Y sobran los fundamentalismos de todo tipo.

Desde hace tiempo vengo sosteniendo que el independentismo catalán además de otras causas y factores desencadenantes tiene mucho de respuesta local a una crisis global. La provocada en nuestras sociedades por una globalización sin reglas, derechos ni contrapesos sociales que ha golpeado a los estados nacionales y a su soberanía política. Y que ha sumido a la ciudadanía en un estado de desconcierto en relación al presente e inseguridad respecto al futuro.

En este contexto de debilidad de las sociedades frente a los mercados globales, cada comunidad política ha reaccionado buscando respuestas, casi siempre simples y simplistas, a problemas muy complejos. Basta dar una mirada a como han reaccionado los diferentes países europeos en los últimos años. Y no solo me refiero al Brexit.

En el caso de Catalunya esta respuesta ha sido la reivindicación de independencia, que ha venido a ocupar el espacio político abandonado por el conflicto social. Durante el siglo XX la “lucha de clases” en sus diferentes modalidades y expresiones del conflicto social actuó como el eje sobre el que se articularon las sociedades y la política.

Ante la pérdida de centralidad del conflicto social y de las utopías que se construyeron durante el siglo XX, una parte importante de la sociedad catalana, para responder a esta orfandad y para recuperar la “seguridad” perdida, se ha refugiado en la “única utopía disponible”. Así ha calificado  la socióloga Marina Subirats al independentismo.

Respetando, por supuesto, la legitimidad de la independencia como opción e incluso admirando su capacidad movilizadora, discrepo sobre su caracterización de utopía disponible. Mi opinión es que más bien se trata de una distopía, en la medida que puede provocar el efecto contrario al que persigue. Sobre todo porque pretende construir el futuro a partir de realidades propias del pasado, los estados nacionales. Ciertamente nada aparece y desaparece de golpe, todo es mas lento y complejo, pero la tendencia parece hoy evidente e irreversible.

Para hacer frente al poder casi absoluto de los mercados globales lo que necesitamos no son más estados nacionales. Cada frontera nacional es hoy una oportunidad de “dumping” laboral, social, fiscal de los mercados y las grandes transnacionales. Aceptando que no es fácil deconstruir las fronteras levantadas por los actuales estados nacionales en los dos últimos siglos, el futuro no puede pasar por construir nuevas fronteras que ofrezcan más oportunidades de dumping social a los mercados globales.

En los siglos XIX y XX las fronteras tuvieron como función reforzar las soberanías nacionales, sobre todo para proteger el desarrollo de las burguesías locales y sus negocios. Hoy las fronteras políticas, sin fronteras económicas, refuerzan el poder de los mercados globales y el capitalismo transnacional hegemonizado por el capital financiero.

Quizás ha llegado el momento de que nos planteemos una nueva utopía para el siglo XXI y la hagamos creíble y por tanto disponible para la sociedad. La mía es la utopía europea. Soy consciente que aún es muy débil, sobre todo si se la compara con las utopías nacionales que tiene detrás suyo un “demos” potente y una historia compartida e intensa.

Frente al desconcierto siempre es más fácil buscar refugio y encontrar sensación de seguridad en aquello conocido que en lo que aún está por construir, incluso aún esta por imaginar.

No es la primera vez que eso sucede en la historia. De hecho este reto se le ha presentado a la humanidad cada vez que se han producido grandes cambios de época y este lo es. Estaría bien recordar que las primeras reacciones sociales ante el impacto de una industrialización que, como ahora la globalización, provocó un aumento brutal de las desigualdades, fue mirar y refugiarse en el pasado. Y que debieron pasar muchos años para acuñar y consolidar respuestas útiles. Así pues, nada nuevo bajo el sol.

Soy consciente que cuesta ver en Europa una utopía disponible, sobre todo si solo ponemos las luces cortas. Especialmente ante los esfuerzos que hacen los estados nacionales y sus tecnocracias para responsabilizar de todos nuestros males a una realidad, hoy políticamente irresponsable, como Europa. Cuando en verdad se trata de las consecuencias de decisiones y políticas adoptadas en los espacios intergubernamentales construidos por los propios estados nacionales.


Quizás ha llegado el momento de poner las luces largas que nos permitan ver un poco más allá de nuestras propias narices. Si lo hacemos, igual seremos capaces de construir la utopía disponible para el siglo XXI. Cuanto más tardemos en ponernos en marcha, más tiempo estaremos sometidos al aplastante dominio de los mercados globales y a la falsa ilusión de combatirlos con respuestas del pasado. 

El bloc del Coscu

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